Cuando llegó al montículo se dejó caer en la tierra,
exhausto; después de haber corrido sin parar durante un buen rato. Tumbado y
bañado por la luz de una mañana primaveral, contemplaba las nubes que
tranquilamente paseaban ante sus ojos. "Esa tiene la forma de un pájaro",
pensaba el pequeño al que sus amigos llamaban Pulga y que le venía por su baja
estatura al compararlo con los niños de
su edad y una piel oscura como el grano de café.
"Esa otra parece un caballo", sacaba de un cúmulo
blanco. Inclinaba su cabeza a un lado y divisaba un caracol, después un coche y
hasta un dragón. "Y esa tiene la cara de la señorita Loli". Era una
masa redonda como el globo terráqueo que había en su clase, de la que
sobresalía una pequeña prominencia afilada y fina, justo como la nariz de
aquella profesora. Y es que a pesar de que no era guapa, si era bastante
simpática; se portaba muy bien con él y con el resto de sus compañeros.
"Eres todo un artista, de mayor vas a ser un gran
pintor", le decía cuando veía sus dibujos. Y es que al Pulga se le pasaban
las horas volando mientras plasmaba todo el entorno que conocía en su libreta.
Lápiz en mano, recreaba los macetones de la ventana, la furgoneta que aparcaba
frente a su casa, la poza de agua plagada de moho donde apenas sobrevivían un
par de peces o la fuente de los tres caños. Por eso cuando le encargaban hacer
cualquier pintura, apenas le suponía uno más de sus entretenimientos diarios de
las tardes, más que una obligación como podían ser para él los ejercicios de
matemáticas o la lengua. Pero el colegio
no le gustaba. De hecho, nada más comenzar el primer día de clase se escapó y
permaneció escondido en una finca de cañaverales cercana. Ya cuando empezó a
tener hambre volvió a casa; con la consecuente reprimenda de su madre, que se
había enterado de todo.
Estaba absorto mirando el cielo cuando escuchó un ruido
detrás de su cabeza y se giró sobresaltado. Se encontró frente a un gato negro,
que lo observaba fijamente con unos ojos verdes bien abiertos, mientras
permanecía agazapado e inmóvil. Se había acercado por curiosidad a aquella
persona y una vez que ésta se giró, se quedó quieto; como si lo hubieran
congelado en aquel momento. El Pulga respiró aliviado. Lo primero que se le
vino a la cabeza fue que el Carasapo lo había encontrado y que volvería a
castigarlo severamente después de haberse escapado de nuevo.
El pequeño también se quedó inmóvil, para no asustar al
animal; que poco a poco se fue acercando. Una vez a su lado, empezó a frotar su
cabeza y el lomo contra su pierna, de forma juguetona, y él en respuesta lo
acarició por detrás de las orejas. "Te voy a llamar Pantera", le dijo
en voz baja y pareció mostrar su conformidad con ese nombre, colocándose entre
sus rodillas como señal de aceptación.
Durante varios minutos estuvieron jugando. El Pulga agitaba
ante la cara de Pantera una pequeña rama, y cuando la acercaba levantaba sus
pequeñas zarpas para atraparla o cogía al animal para ponérselo encima de su
cabeza, y empezaba a caminar entre sus hombros, bajando por sus brazos hasta
volver de nuevo al suelo. Luego el niño se escondió entre unas rocas cercanas y
el gato se acercó hasta el lugar, y tras encontrarle rozó su cabeza contra el
pie; transmitiéndolo que lo había echado de menos durante aquel breve tiempo de
su ausencia.
Cuando Pantera se cansó de aquel ajetreo, se quedo tumbado con
las patas traseras al frente y la cabeza erguida, como si fuera una esfinge,
alterando levemente la armonía de su quietud cuando lamía sus pequeñas uñas. El
Pulga sacó de su bolsillo una hoja de papel y un carboncillo para empezar a pintarlo.
A Chispa la descartaba como modelo para las tareas de dibujo del colegio,
porque era una perra muy nerviosa. En aquella ocasión parecía que ambos habían llegado
a un acuerdo tácito para un posado artístico.
Poco a poco en la hoja iban saliendo las pequeñas orejas
picudas de Pantera coronando su redonda cabeza. Después los bigotes, los ojos
rasgados y la nariz. Era una pena que no tuviera a mano sus colores, para poder
retratar aquella mirada verdosa como la hierba. El Pulga estaba ensimismado en
su tarea y a punto de terminar su obra, cuando levantó la vista para comprobar
como Pantera se alejaba de él, y tras avanzar unos metros volvió a quedarse quieta;
mirando hacia donde se encontraba. "Ey, ¿qué te pasa?, ven". El gato permanecía
en su posición, sin hacer caso a su llamada. Empezó a emitir pequeños silbidos para
que se acercara, pero nada.
En ese momento, notó un fuerte tirón de la oreja que parecía
que se la iba a arrancar de su lugar, lo que le obligó a levantarse del suelo
de inmediato.
"Mira, aquí estaba el señorito tan cómodo. Otra vez que
te escapas, pero ahora el que te ha encontrado he sido yo". Sin duda, la
inconfundible voz ronca del Carasapo , que empezó a presionar su lobulo llevándolo
en el camino contrario que había tomado aquella mañana. Desde aquella posición
tan incómoda al menos se ahorraba el verle su cara; de ojos saltones, una boca
grande similar a un rape y una cara de piel
seca y verrugosa, lo que le hacía ganarse su referencia a dicho anfibio.
Apenas llevaba unos pocos meses en el pueblo y ya era
conocido, no sólo por su repelente aspecto, sino también por su brusquedad y sus
violentos modos. Algo que tenían que sufrir casi a diario el Pulga y sus compañeros.
Recordó como una vez su amigo Óscar empezó a imitarlo, abriendo enormemente los
ojos y usando los dedos índices para estirar su labios, mientras emitía sonidos
similares al croar de una rana. Pero no se dio cuenta de que el Carasapo lo
estaba escuchando, sorprendiéndole en medio de la actuación con una sonora
bofetada que llegó a tirarlo al suelo. Desde aquel entonces, nadie se atrevió a
imitarlo; ni siquiera a mencionar su mote en voz alta.
Durante un trayecto que se le hizo eterno, aquel muchacho no
pronunció ni una sola palabra, sufriendo una lluvia de improperios de aquel
individuo, que mantenía su gruesa mano fija en torno a su oreja mientras
caminaba. "Claro, aquí el señorito no quiere cumplir con sus obligaciones
como el resto de los niños; al granuja éste lo que le gusta es estar tumbado en
medio del campo sin hacer nada, vamos haciendo el puto vago. ¡Un flojo y un
inútil es lo que es! Y encima me ha tocado tener que buscarlo y darme toda esta
caminata. ¡Que ya estoy hasta los huevos de ti! ¿Qué te crees, que
no tengo otra cosa que hacer que estar detrás tuya, niñato de mierda? Pues que
sepas que estás muy equivocado".
Cuando llegaron, los demás se encontraban dedicados a sus
tareas y apenas les dirigieron la mirada; solamente algunos de refilón temiendo
la severidad del Carasapo, que continuaba con su retahíla. "Ya estamos
aquí, menos mal. Y como te vuelva a escapar te doy una paliza que no te
reconocerán ni en tu casa, ¿me oyes imbécil?". "Apenas te escucho bien
Carasapo, que casi me destrozas el oído, cabrón", pensó el Pulga, palabras
que por supuesto no salieron de sus labios.
Con la violencia que le caracterizaba cogió un pico del
suelo y se lo tiró con tal fuerza a los brazos de aquel menor, que impactó con contundencia
en su pecho. Pero aún así, aquel chiquillo aguantó estoicamente para no soltar ni
un solo gemido de dolor. "Y que no te vea moverte de aquí; que ya pensaré
en un castigo. Y ahora a trabajar".
En aquellos largos días en los que el Pulga permanecía en la cantera con los
otros niños, a pleno sol y rodeado de piedras; se acordaba de las clases, de
los ejercicios de lengua y matemáticas que tanto le disgustaba hacer, de los
dibujos que les encargaban así como la dulce voz de la señorita Loli admirando
sus pequeñas obras. Se daba cuenta de que echaba mucho de menos los tiempos del
colegio.